Desde el momento en que llegó a este mundo sentí que la familia ya estaba completa. Que su presencia y su llegada cerraban el círculo numeroso. Ya somos cinco.
Es un ser lleno de simpática felicidad, con sonrisas de 6 dientes que iluminan cualquier instante, con abrazos y pellizcos inesperados que hacen de él una personita única.
Es mí bebé, aunque no me pertenezca a mí, si no a él mismo. Es el que ha traído otro ritmo a casa, o el que por lo menos está mostrando que la vida es más sencilla.
Ahora es el momento en que toca todo, abre cajones, muebles, tira de manteles, lanza cosas por los aires, gatea a la velocidad de la luz, se mete todo, absolutamente todo en la boca, camina agarrado de paredes, sillas y mesas, se cae, se da golpes, grita o llora a modo de queja si algo se le prohibe o se le quita de las manos. Es muy activo, necesita constante novedad para estar entretenido, le encanta salir a la calle a pesar de que no soporta ni el carrito ni la silla del coche, le encanta bañarse en el mar o en la piscina, quiere brazos y atenciones. Por las noches quiere tocarnos y sentir que estamos cerca,eso implica que intente meter la mano en nuestra boca, en las orejas o con un dedito en lo más profundo de la nariz. A veces sólo tira del pelo o aprieta con sus manos como si no hubiera mañana. Las noches han vuelto a ser una lotería en cuanto al descanso, el cuerpo esta molido de tanto agacharme, las lumbares y la espalda están resentidas de su peso. Algunas veces, cuando nada le entretiene he sentido unas inmensas ganas de sentarme a su lado y llorar de agotamiento, llorar porque él llora y nada le calma, llorar porque quiero dormir y él no quiere, llorar porque no puedo cocinar y me reclama, llorar por creer que me he complicado la vida, llorar y llorar. Sacar fuera la impotencia de no controlar la situación. Entonces miro atrás y me recompongo, recuerdo que es un etapa más de su desarrollo y que todo volverá a la normalidad, siempre fue así y se olvidará. Por eso saboreo con la mayor delicadeza posible sus abrazos impulsivos, sus pequeños logros, sus carcajadas y como no, su olor. Oler su cabecita como si nada más existiera en el mundo y regresar a un estado más primitivo, sintiendo su identidad a través de ese olor único que tienen los bebés.
Con él estoy aprendiendo a ser más libre, a escoger de verdad aquello que creo que es mejor para su crecimiento sin tanto complejo ni miramiento. Con él estoy aprendiendo a no sentirme culpable por no salir a trabajar, por no ser una mamá de manual, por disfrutar de otras cosas que no sean ellos, a no sentirme culpable por desear mi tiempo, por seguir teniendo dudas aun siendo el tercer hijo, por experimentar y muchas veces inevitablemente equivocarme. Estoy aprendiendo que el corazón tiene capacidad para sentir mucho más amor de lo que esperaba y que aquello que queremos hay que intentar alcanzarlo cueste lo que cueste. Ahora sé que al mirar atrás en mi vejez no habrá arrepentimiento por no haberte tenido, y es que tenía miedo de perderme esta intensa y caótica felicidad que has traído a nuestras vidas.
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